Por: Rev. Darío Silva–Silva.
Las variadas propuestas de la Edad Posmoderna, sometidas al desgaste implacable de la praxis, han mostrado falencias y, por eso, precipitarse a condenar cada novedad sin esperar sus desarrollos resulta inconveniente.
Hoy la especie humana se mueve hacia grandes síntesis, como escuchando la voz del apóstol: Sométanlo todo a prueba, aférrense a lo bueno. 1 Tesalonicenses 5:21.
En lo político, por ejemplo, el fascismo y el comunismo han rendido sus aciertos hacia el centro de gravedad, al fiel de la balanza, al equilibrio y la concertación. Líderes del mundo y figuras emergentes de los países en vías de desarrollo propugnan porque los estados no sean totalmente libertarios en lo económico, ni privilegien la propiedad privada; pero que tampoco asuman el control total de la propiedad y de los medios de producción.
Dicho llanamente se trata de encontrar el justo medio entre la izquierda y la derecha, aplicando lo bueno que cada una de estas posturas contiene, y de reconciliar temas que en el pasado se veían como antagónicos: patriotismo e internacionalismo, derechos y deberes, promoción empresarial y lucha contra la pobreza. Los fundadores de la República de Colombia resumieron admirablemente ese ideal en el lema del escudo: «Libertad y orden». La libertad es la izquierda, el orden es la derecha. Similarmente, en el cristianismo las tendencias extremas se ven hoy impulsadas por una fuerza centrífuga hacia la concertación y el equilibrio.
Cristianizar sin politizar
No cabe duda que la participación política ha sido piedra de tropiezo para muchos, aun cuando últimamente el conflicto parece circunscribirse a dos puntos: los partidos confesionales y la participación de ministros religiosos en la política activa. La iglesia integral piensa que debe haber políticos cristianos en todos los partidos, pero no encuentra viables los partidos cristianos ni la participación política directa de los pastores.
El refranero dice: «Lo criticado es usado». En efecto, durante siglos se ha estigmatizado la mezcla política religiosa del catolicismo romano. ¿A qué instrumentarla los evangélicos, cuando ya la propia Roma retira automáticamente de su cargo a todo clérigo que se lanza al ámbito político? El lema esencialista sería: Cristianicemos la política sin politizar el cristianismo.