Por: Rev. Darío Silva–Silva. Fundador y presidente de Casa Sobre la Roca, Iglesia Cristiana Integral.
Al observar minuciosamente la conducta de Jesucristo, se llega a una conclusión asombrosa: jamás, en ningún caso, trató con dureza a personas en particular; sus grandes sermones admonitorios, sus famosas “andanadas” -perdóname, Señor tan dura expresión- eran todas dirigidas al grupo, nunca al individuo.
Observen los plurales: “Fariseos hipócritas, publicanos tales por cuales”, etc. Siempre al colectivo, nunca a la persona en particular. Por el contrario, a las personas individualmente las trató siempre con respeto y cordialidad; en suma, con un amor inmenso. He aquí una prueba de ello:
Uno de los fariseos invitó a Jesús a comer, así que fue a la casa del fariseo y se sentó a la mesa. Ahora bien, vivía en aquel pueblo una mujer que tenía fama de pecadora. Cuando ella se enteró de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de alabastro lleno de perfume. Llorando, se arrojó a los pies de Jesús, de manera que se los bañaba en lágrimas. Luego se los secó con los cabellos; también se los besaba y se los ungía con el perfume. Lucas 7:36-38.
Imagínese que está usted en su casa sentado a la mesa con un huésped muy especial y, súbitamente, irrumpe al comedor una prostituta y se tira a los pies de su invitado. ¿Cómo reaccionaría usted? Piense en la escena del evangelio: está Jesús en la casa de alguien importante, y esta mujerzuela protagoniza semejante drama. En medio del estupor general, el fariseo piensa cosas feas en su torcida mente, pero Jesús le lee el pensamiento:
Entonces Jesús le dijo a manera de respuesta: —Simón, tengo algo que decirte. -Dime, Maestro — respondió. Dos hombres le debían dinero a cierto prestamista. Uno le debía quinientas monedas de plata, y el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagarle, les perdonó la deuda a los dos. Ahora bien, ¿cuál de los dos lo amará más? Supongo que aquel a quien más le perdonó —contestó Simón. —Has juzgado bien —le dijo Jesús. vv. 40-43.
“Tranquilo, Simón, yo sé qué clase de mujer es esta; no pienses que soy tonto. Me gustaría que observaras algunos contrastes entre ella y tú”: Tú no me besaste, pero ella, desde que entré, no ha dejado de besarme los pies. Tú no me ungiste la cabeza con aceite, pero ella me ungió los pies con perfume. Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados. Pero a quien poco se le perdona, poco ama. vv. 45-47.
Es impactante el respeto, la gentileza, la cordialidad con que Jesús trata por igual al fariseo y a la prostituta que está a sus pies. Toda su enseñanza se centra en el amor; no olvidemos que “amable” significa que ama y que merece ser amado. Es el amor el que origina la amabilidad. No se es amable si no se ama, sería un contrasentido. El que no es amable no ama, el que no ama no es amable. Sería muy bueno que, dentro y fuera de la iglesia, rescatáramos algunos detalles de amabilidad.