Por: REV. Darío Silva -Silva, fundador de la iglesia cristiana Casa Sobre la Roca.
Saludar es un acto de amabilidad elemental que se ve hasta en los ángeles. ¿Recuerdan cuando viene Gabriel en persona a visitar a María de Nazaret? Ella no era una princesa, sino una mujer muy humilde; sin embargo, lo primero que Gabriel hace es saludarla amablemente: “Salve, muy favorecida”. Cortesía angelical.
En los tiempos actuales, ve uno descortesía aún en los noviazgos, los muchachos no saben cortejar correctamente a una mujer. En mis tiempos juveniles se decía: “Las damas primero”; pero, por supuesto, en la amabilidad había tarifas diferenciales: “Primero la edad que la belleza”. También se acostumbraba dejar la acera al anciano, al limitado; ceder el puesto a las personas mayores, dignidad y gobierno; abrir y cerrar la puerta del automóvil a las señoras, etc.
Hoy se ve descortesía, todo el mundo quiere pasar primero, siendo que no se pierden 10 segundos dejando pasar al otro adelante.
El cristiano debería ser consciente de que puede ganar -o perder- un alma con su conducta social. La amabilidad tiene mucho que ver con la misericordia. Ayudar a los necesitados y ser solidario con la gente, no son solo cortesías sino principios de ética elemental. Practicar la amabilidad en todas las relaciones interpersonales es una ordenanza bíblica de ineludible cumplimiento.
En mi iglesia se ha enseñado desde el principio esta consigna: Entre cristianos, unidad en la variedad; con católicos y ortodoxos, convivencia en la diferencia; frente a los demás sistemas, tolerancia en la distancia.
Un error grave de apreciación se comete al pensar que uno es descortés porque no está de acuerdo con algunos dirigentes eclesiásticos sobre la forma como manejan los temas bíblicos. Eso no es descortesía, sino búsqueda de una genuina identidad cristiana. Dentro de la sana doctrina, los grupos evangélicos son diferentes; la iglesia es una vid y muchas ramas y, en ese conjunto, unas ramas son largas y otras cortas, unas delgadas y otras gruesas, pero todas están adheridas a la misma vid verdadera que es Jesucristo. Si decimos “unidad en la variedad”, es porque somos variados, no porque somos iguales. Lo importante es que se trate con respeto al que ve algunas cosas diferentes a como uno las percibe.
Por haber dicho que con los católicos hay que tener “convivencia en la diferencia”, algunos sectores evangélicos me han criticado. Por Dios, ¿no entienden qué significa convivencia? Convivencia -en este caso- no implica acuerdo ni, mucho menos, contubernio, puesto que se añade “en la diferencia”; y, aquí sí como decían los viejos, “juntos, pero no revueltos”.
Por último, frente a los demás sistemas propiciamos “tolerancia en la distancia”. Yo no puedo tener la misma clase de relación con un politeísta que con un agnóstico, ni el mismo tipo de contacto con un agnóstico que con un monoteísta. Los judíos y los musulmanes creen en el Dios de Abraham, son monoteístas como nosotros; pero, dentro del monoteísmo, mi relación tampoco puede ser igual con un musulmán que con un judío. Hay ciertas diferencias y graduaciones en el trato con las personas dentro de esas “empatías” espirituales; y, por eso, promovemos “tolerancia en la distancia”.
No es posible sostener el mismo grado de comunicación con los miembros de las diferentes creencias, aunque se debe ser amable con todos por igual. Respecto a este tema de la amabilidad, francamente debiéramos volver a la enseñanza sencilla de Agustín de Hipona en el siglo IV: En lo esencial, unidad. En lo no esencial, libertad. Y en todas las cosas, caridad. Amabilidad, fruto del Espíritu Santo que, al producirse en cada hijo de Dios, multiplica su semilla prodigiosa en los surcos de la sociedad para que ésta produzca una gran cosecha jovial de seres humanos gentiles y respetuosos unos con otros.